El síndrome del eterno retorno

Por: Alejandro Martín – Socio-Director de TDSystem

“De dónde venimos no significa nada. Hacia dónde vamos y lo que hacemos para llegar allí es lo que nos dice qué somos. Joyce Carol Oates. Narradora norteamericana, (Nueva York)

Estamos viviendo una época en la que muchos de los profesionales que están logrando el máximo protagonismo no lo habrían conseguido en otras circunstancias. Me refiero a esos cuyo santo y seña responde al nombre de los “recortadores”. No, no es término taurino. Es algo más prosaico en la vida diaria de la organización: su función es recortar y no siempre lo que sobresale y sobra. A veces cortan hasta las arterias que llevan la sangre al corazón de la organización. Son personas normales, en ocasiones, demasiado. Vivimos un momento en el que probablemente pesa mucho más la circunstancia en la personas que no al revés.

Al hilo de esta reflexión, me viene al recuerdo un episodio de los Simpson, donde Bart, Bart el Asesino, quiere hacer carrera dentro del mundo gansteril. Es lo que se le ocurre y lo ve como la vía más rápida para lograr su propósito. Su deseo venía especialmente provocado por huir del anonimato que le proporcionaba vivir en una ciudad media, ser miembro de una familia media y tener un curriculum más bien mediocre, que no medio. Necesitaba obtener protagonismo, gozar de las mieles del éxito y lograr que los otros le teman. ¡Quería gozar de esa maldita erótica que proporciona el ejercicio del poder descarnado!

Como todos sois sabedores, ese mundillo gansteril exige disciplina y obediencia sin discusión a las órdenes de un patrón. “Las órdenes viene de arriba”, acostumbran a decir. Nuestros personajes cotidianos dicen “con la que está cayendo no se puede hacer otra cosa”. El que desea ser promocionado a la categoría de “soldado” ha de ir escalando poco a poco dentro de la estructura de «la familia». Su ascenso en la jerarquía de la organización puede coincidir con su descenso ético y también estético. Algunos se libran de ello, pero no son los más.

Una vez que nuestro personaje ha conseguido ese protagonismo se da cuenta de algunas cosas. La primera es que ni la mesa de su despacho no le profesa ningún tipo de afecto. La segunda pasaría porque intuye, aunque no lo desee, que también él puede ser objeto del trabajo de otro «soldado recortador» de la organización con las mismas ganas de promocionar que él. La tercera es que ha dado la espalda a todos aquellos con los que hasta la fecha se relacionaba y compartía inquietudes y bravatas.

Llegado a este punto nuestro personaje tiene pocas salidas: seguir escalando en los recortes de la organización o volver al anonimato. La primera salida tiene un tope: su propio puesto. La segunda salida es volver a los orígenes de los que había querido huir. Ambas salidas, en cualquier caso, lo devolverán al anonimato del que pretendía salir.

¿Es inteligente correr tanto  para  quedarse en el mismo sitio?

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