El alcaraván o vendedor de admoniciones

Por: Alejandro Martín – Socio-Director de TDSystem

alcaravánConsejos vendo… pero para mí no tengo. Refranero

Si ya se lo había dicho su padre allá en su infancia… ¡Pero no!, nunca le hizo caso y cada vez que sucede algo parecido ese consejo le empieza a dar vueltas por su cabeza. El consejito se las traía: «A cualquiera que te pida ser generoso -le dijo- pídele que practique con el ejemplo”.

Esa tarde Moe, por aquello de congratularse con los clientes, había invitado a cerveza a todos los parroquianos que había en su taberna. Mientras servía las cervezas, en su cara se dibujaba una sonrisa de satisfacción. Homer, que estaba anclado en la barra en su posición habitual, le había dicho:

–   Moe, ¿no crees que así tu negocio no irá a más? ¡Recapacita! Si sigues por ese camino todos tus parroquianos se acostumbrarán. ¿Qué pasará el día que no puedas regalarles cerveza?.

Moe, algo desconcertado por lo que acaba de oír, pensó que tal vez Homer tenía razón. Que probablemente estaba cometiendo un error. Se puso drástico y decidió que, a partir de ese momento, cobraría todo lo que saliera del grifo de su barril de cerveza. No regalaría nada. En esas estaba ocupado cuando a Barny, con su habitual torpeza etílica, derramó encima de la barra la cerveza que le acababa de servir.

– Lo siento Barney –le dijo Moe-, pero si quieres que te vuelva a llenar la jarra me deberás pagar ambas. La que has tirado y la que te ahora te vuelvo a servir.

Homer, que no se pudo contener ante lo que considera una flagrante injusticia, le soltó:

– ¡Pero hay que ver, Moe! El pobre Barney no ha bebido ni una gota de la primera jarra y si desea beber una jarra te ha que pagar dos. ¡Y sólo podrá beberse una! ¿Es que no tienes ni la más mínima consideración con los clientes habituales?

Moe, entre confundido y arrepentido, pensó que probablemente estaba cometiendo un abuso y que lo justo es que la cerveza que se ha caído sobre el mostrador corriera a su cargo mientras que la nueva jarra de cerveza la pagaría Barney. Así lo decidió y volvió a servir otra jarra llena de cerveza.

-¡Aquí tienes, Barney! Disculpa por el mal entendió. Deseo que la disfrutes hasta la última gota.

Barney, que había comenzado a hablar con Homer, se giró para seguir la conversación con él. En medio de ese giro que le obligó a hacer a su redondo cuerpo, su codo impactó con la jarra de cerveza de Homer. El líquido volvió a correr por encima de la barra.

-Lo siento, lo siento Homer –apenas balbucea Barney.

-¡Borracho estúpido! –grita Homer-, ¿Es que no te fijas en lo que haces?. ¡Ya estás pidiéndome otra jarra de cerveza!. ¡Ah! No te olvides que has de pagarla tú por habérmela  tirado.

– Pero  Homer, ha sido involuntariamente. Yo no he tenido la culpa. –balbuceaba un Barney arrepentido

-Ni involuntario ni leches. A ver si así aprendes y te responsabilizas de tus actos

Moe ante esta situación desvió su mirada hacia el techo de la taberna mientras sonaban en su mente los actos de generosidad que Homer le sugería y el consejito de su padre. El dilema estaba servido: ¿a quién de los dos tendría que hacer caso?

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