Cuando el viaje es tan importante como la llegada

Por: Francesc Monteverde – Consultor Sénior en desarrollo organizativo TDSystem

Si al franquear una montaña en la dirección de una estrella, el viajero se deja absorber demasiado por los problemas de la escalada, se arriesga a olvidar cual es la estrella que lo guía. Antoine De Saint-exupéry

El momento es exigente. Nos exige trabajar, trabajar bien y que los resultados sean valorados.

Como bien sabes, el valor de algo lo atribuye aquel al que va dirigido. Es decir, en nuestro caso el mercado, la dirección de la organización, nuestro jefe inmediato y cualquier posible cliente interno o externo que sea el receptor de lo que nosotros realizamos.

Por lo tanto, hemos de ser claros y certeros a la hora de marcarnos nuestros objetivos.

Es decir, el norte al que debemos llegar. Pero una vez hecho esto, hemos de trazar la ruta para llegar la manera más eficiente posible.

Por lo tanto, una vez que hayas hecho el trabajo previo de establecer tus prioridades, llega el momento de repartir físicamente tu propio tiempo, el de tus colaboradores si dependen de ti y de planificar de la forma más exacta posible qué, quién, cuándo y de qué manera van a llevarse a cabo las actividades que has decidido abordar en un determinado periodo.

No lo dudes, el destino constituye un reto, pero el viaje ha de ser lo suficientemente motivador para con ello evitar deserciones y motines.

La clave de la planificación reside en tu capacidad de reproducir mentalmente y en tu agenda de trabajo. Todo aquello que deberá ocurrir en el momento que pases a la acción y que conformará la hoja de ruta de tu actividad.

Tal y como sucede cuando hacemos reformas en nuestra casa: primero imaginamos de la forma más exacta posible el resultado apetecido, cuánto durarán y como se harán las obras, cual su coste aproximado, y luego finalmente las acometeremos.

O dicho de otra manera y utilizando la sabiduría popular: “La regla de carpintero es medir dos veces para cortar una y no al revés”.

Planificar supone conocer, prepararse, avanzar, anticipar y flexibilizar tu día a día. Quien planifica bien su agenda conoce el terreno que pisa, identifica mejor la importancia —que no urgencia— de las tareas y está más preparado para encarar los imprevistos, crisis, problemas y encargos de última hora.

Por el contrario, la improvisación o la no-planificación a la hora de hacer las tareas es un importante ladrón que nos impide avanzar más y mejor.

Hay un abismo entre ser un improvisador nato que hace las tareas según vienen, a salto de mata, y un obseso de la planificación que pretende ilusoriamente que cada tarea esté perfectamente programada y proyectada. El primero vivirá en un constante estado de estrés y el segundo estará instalado en la insatisfacción porque los imprevistos nunca le dejarán cumplir su plan.

 

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