¿Es contagioso el síndrome Homer Simpson?

Por: Alejandro Martín – Socio-Director de TDSystem

«Existen solo dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y de la primera no estoy seguro.», Albert Einstein.

Según el novelista norteamericano Christopher Morley, “en un mundo perfecto nadie reiría”. Es decir, no habría de qué reírse, nada ridículo que criticar. Pero, ¿podría calificarse de perfecto un mundo en el que no tuviéramos nada de qué reírnos?. Tal vez la existencia de este síndrome sea necesaria para proporcionarnos entretenimiento, bien cuando nos comportamos «a lo Homer» sin saberlo,  o bien cuando somos  conscientes de que estamos actuando como tal y no somos capaces de remediarlos.

Visto así, esta tendencia de actuar «a lo Homer» puede parecernos una fuente de divertimento en el mejor de los casos y de entretenimiento en el peor. Recordemos las sonrisas que despiertan en nosotros algunas –o casi todas- sus actuaciones. Casi hasta se le coge un poquito de cariño compasivo. Del mismo modo podríamos hablar de algunos de los personajes que pululan por algunos programas de nuestras televisiones.

Acostumbramos a hablar de este fenómeno cuando hacemos referencia a aquellos comportamientos que causan perjuicio a terceros sin obtener nada a cambio e incluso saliendo perjudicados. Podemos pensar que es poco probable que esto suceda ya que las personas acostumbramos a tener comportamientos pragmáticos de los cuales pretendemos obtener beneficios. Pero esto no siempre se confirma,  simplemente podemos detenernos a  mirar a nuestro alrededor y comprobaremos que numerosas situaciones refutan esta convicción.

¿Cuándo padecer este síndrome pasa de ser un entretenimiento a ser un peligro?. En principio, merece la pena destacar que la estupidez es una de esas cosas que “se da o no se da”. Una ligera proporción de estupidez es tan improbable como un ligero embarazo. Sus consecuencias pueden ser cómicas pero también trágicas. En ocasiones nos reímos -un poco-  con las nuestras, pero la carcajada surge con las de los demás. Ahí es donde concluye su utilidad. En cambio, sus consecuencias negativas, por acción u omisión, pueden acabar teniendo efectos negativos en nosotros. Podemos repasar aquellas relaciones interpersonales deterioradas innecesariamente, los recursos malgastados y los objetivos sin conseguir.

La versatilidad en sus formas de manifestarse solo tiene parangón con su tamaño. Puede presentarse como manifestaciones de orgullo injustificado, ataques de vanidad poco juiciosa, actos de credulidad pasmosa, temores infundados y algunos prejuicios contra lo desconocido. Todo ello sin ánimo de agotar sus formas de manifestarse. Un personaje que la encarna a la perfección es Homer Simpson. Si nos fijamos en nuestro entorno próximo, seguro que nos viene a la mente la imagen de algunas de las personas que nos rodean que se ajustan en gran medida a ese modelo. Es un ejercicio sano pero no es conveniente recrearse en él. En nuestro imaginario, nosotros no acostumbramos a ser el protagonista de ninguno de esos ejemplos. No obstante, seguro que alguno de nuestros compañeros nos sitúa en el epicentro de ello.

Por último, ¿es de nacimiento o se contagia?. No está probado científicamente ninguno de los dos extremos, pero la realidad nos muestra que algunos se esfuerzan mucho en disimular que no es sobrevenida, otros con el tiempo son capaces de perfeccionar un elevado grado de la misma y, finalmente, hay personas a quienes se les adhiere cual ventosa, de tal modo que pasa a formar parte de su ser. La mayoría de las personas que padecen este síndrome no es por herencia de sus antepasados o contagio de sus compañeros. Es más el resultado de un duro esfuerzo personal en conseguirlo.

«La estupidez insiste siempre, sobre todo en los más estúpidos.», Albert Camus.

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