Formarse es una obligación. Pero cómo y cuándo, es una opción. Tú decides.

Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem

«Cualquiera que deja de aprender se hace viejo, tanto si tiene 20 como 80 años. Cualquiera que sigue aprendiendo permanece joven». Henry Ford.

Sí, sí. ¡Es a ti! ¿Tienes un par de minutos para responder a unas preguntas?

Perfecto. Gracias.

La primera: ¿Sabes a qué edad había adquirido todos los conocimientos que necesitaba para desenvolverse profesionalmente en la vida una persona en la Edad Media?

Me dirás que a una edad no demasiado avanzada, que probablemente no era necesario llegar a la edad adulta para disponer de ese conjunto de conocimientos. Si piensas así, he de decirte que llevas toda la razón. Una persona, sin llegar a la adultez, ya había aprendido un oficio, preferentemente el de su padre en el caso de ser hombre. Siendo mujer, la sociedad le tenía reservados los menesteres de la crianza familiar. Esto era así porque el ritmo del desarrollo de los conocimientos era lento; tan lento que podían pasar varias generaciones sin que se produjeran saltos significativos.

La segunda: ¿Sabes cuándo cambió esto?

Sospecho que tienes en mente que la revolución industrial tuvo algo que ver. Claro, que con el aprovechamiento de la fuerza motriz del vapor se pusieron en marcha procesos de producción no vistos hasta la fecha. Convendremos en que en ese momento una persona ya no necesariamente debía continuar con el oficio paterno y los conocimientos que le habían transmitido sus padres ya no eran suficientes. La realidad le exigía aprender un oficio que le implicaría adquirir nuevos conocimientos y destrezas. Tampoco, todo sea dicho, podía garantizar que ese oficio no sufriera cambios drásticos que le requirieran actualizar sus conocimientos. No obstante, esta mayor producción de conocimientos todavía mantenía ritmos asequibles de adquisición y actualización.

La tercera, aunque me imagino que ya la adivinas: ¿sabes cuándo se produjo un cambio radical en este estado de cosas?

Me vas a decir que todo lo anterior se trastocó con la revolución tecnológica. No te lo voy a discutir. Ahí estaremos de acuerdo desde el principio. Pero, llegado a este punto, quiero que consideres en qué medida aparecen nuevos conocimientos y tecnologías. Me imagino que eres consciente de que hay tecnologías que apenas se llegan a conocer cuando ya se ven superadas. Respecto a los conocimientos habrás comprobado que estos, y permíteme la analogía, se parecen a los alimentos: hay algunos que aguantan de un año para otro, pero no como antes, claro; otros duran una temporada y, permíteme una última, los más efímeros acostumbran a tener la duración de los yogures. Su fecha de caducidad es realmente breve.

Ahora que nos conocemos un poco más y estamos medianamente de acuerdo en lo anterior, ¿me permites otras tres preguntas?

Bien, va la cuarta: ¿en qué medida piensas que te sirven los conocimientos que adquiriste cuando estuviste en el instituto o en la universidad?

Me dirás que hay cosas que todavía te sirven, pero que otras se han visto claramente superadas. Si eso es así, ¿no crees que deberías actualizarlos?

Ahora toca la quinta: si la tecnología está sufriendo permanentemente una acelerada transformación, ¿tienes las habilidades suficientes para sacar el máximo partido de ella?

Tal vez me digas que eres bastante habilidoso, pero que, evidentemente, ello te supone un gran reto en la actualidad.

Permíteme una sexta: si sucede lo mismo con las modalidades de hacer negocio, la formas de prestar servicios y las maneras de producir, ¿tienes las actitudes y la orientación necesarias para hacer frente a tal revolución?

Me dirás que «estás en ello». Pero bien sabemos que «estar en ello» es una forma de no estar.

Llegados a este punto, permíteme hacerte una última pregunta al respecto: ¿qué estás haciendo tú para abordar retos semejantes?

Me dirás que tus obligaciones profesionales y personales no siempre te lo permiten. Me gustaría saber si tienes viajes varios, horarios irregulares y compromisos de todo tipo que te lo dificultan. Si es así, y llegados a este punto, he de decirte que lo de ponerse a suspirar y lamentarse consuela, pero no soluciona nada.

Te cuento como procedí: yo busqué una solución teniendo en cuenta mis limitaciones horarias, viajes varios y múltiples compromisos. Te aseguro que fue fácil encontrar diferentes opciones, pero el reto fue elegir la mejor para mí. Para ello, me doté de algunos indicadores que me permitieran conocer si esa formación estaba:

  • Enfocada. Es decir, destinada a mejorar aquellas competencias que me permitirían desarrollar mejor mi trabajo.
  • Equilibrada. O, lo que es lo mismo, que presentara un adecuado equilibrio entre los conocimientos teóricos y prácticos.
  • Actualizada. Por tanto, debería incorporar aquellas novedades que se estén produciendo en las competencias de referencia.

Por último, quise asegurarme de que detrás de esta acción formativa estuviera una escuela de reconocido prestigio como garantía de calidad del proceso de aprendizaje.

Ahora, con esta solución, he de decirte que consigo actualizarme permanentemente. Pero no solo eso: también puedo ir avanzando en conocimientos y habilidades que, aunque aún no se usan, sí lo harán en los próximos años.

Como detalle, quiero decirte que muchos puestos actuales no existirán en un futuro próximo y que aparecerán otros que todavía no hemos imaginado, aunque podemos sospechar que serán ocupados por los que mejor preparados estén.

¿Quieres ser tú uno de ellos? Lo contrario puede ser una opción, pero no tu solución.

Artículo publicado en ESIC el 09/01/2020. https://www.esic.edu/rethink/2020/01/09/formarse-es-una-obligacion-pero-como-y-cuando-es-una-opcion-tu-decides/

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