El nirvanaman: entre la vocación y el estipendio

 Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem

No hay conciliadores falsos, solo falsos que se las dan de conciliadores.

Como te decía, estamos en plena armonización. Ya tenemos casi de todo: líderes que lo ven todo y no se les escapa una, impulsores del cambio, planificadores de cómo debe hacerse y, no podían faltar, conciliadores para que no nos demos de tortas en el camino.

Yo, lo de los líderes, lo veo, sin su visión de hacia dónde avanzar esto sería un sinsentido. Sin los planificadores, un galimatías. Sin los impulsores, un marasmo. Y, sin los conciliadores, la guerra. Dicen.

Aunque aquí, no es que esto sea una balsa de aceite, pero casi.  Fíjate como es que, siendo aficionados de equipos contrarios, y aunque con alguna chanza y un poquito de retranca, felicitamos al equipo contrario cuando gana. Buen ambiente lo hay, te lo aseguro.

A pesar de ello, el jefe dice que el programa de armonización exige la figura del conciliador, una especie de nirvanaman, añade para más señas. Que sí o sí hemos de tener uno. Bueno, lo tendremos que aceptar. No obstante, si todos nos llevamos bien, más que papel, lo suyo va a ser un papelón. Por ello le pregunto:

-¿Y qué temas o asuntos tenemos que consultar  y compartir con él?

-Bueno, lo típico. Ya sabes, discrepancias, discusiones y rencillas.

-Pero, si conflictos y rencillas no tenemos, qué hacemos, ¿convertir las discrepancias en conflictos y estos en rencillas?

-No había pensado en ello. No obstante, seguro que al nirvanaman se le ocurrirá algo. Es un profesional -me responde.

Han transcurrido pocos días y, con afanosa vocación, ha logrado que donde no había discrepancias, las haya; dice que es un proceso muy enriquecedor para la organización. Seguidamente, ha tensionado estas hasta convertirlas en conflictos; y, en un alarde de savoir-faire, ha logrado que parte de ellos terminen en rencillas personales. Todo un profesional como puedes comprobar.

Pero aquí no acaba todo, llevado por su vocacional activismo, ha dramatizado su producción: cuando aparece una rencilla, la tergiversa para que esta se vea como un conflicto y el conflicto, lo exacerba hasta convertirlo en rencilla. Es decir: primero, retuerce los enfoques; después manipula las situaciones y, finalmente, te culpabiliza a ti de ello. Sobre todo, esto. Pero, tranquilo, para librarte de tus pesares, él está allí aliviando tu mala conciencia con el bálsamo salvífico de la autoridad moral que le confiere su vocación. Todo un remedio, te lo aseguro.

Llegado a este punto, me pregunto: Si esa figura no existiera, ¿cómo resolveríamos nuestras discrepancias? Probablemente como hasta ahora, con buena voluntad y diálogo. Pero, si el programa exige tener un conciliador, ¿qué pasará el día que no haya conflictos entre nosotros? Creo que no deberemos preocuparnos por ello, él se encargará de crearlos. Si no, ¿cómo justificará su sueldo y autoridad moral? Aunque, esto último, seguro que es un desvarío mío.

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