¿Le pongo en su sitio o me pongo en su lugar?

Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem

peix_gat«Una cosa es ser tamborilero y otra cosa es ser tambor». Proverbio
Son las ocho de la mañana y vamos a visitar a un cliente. El tráfico está cargado de coches sobredimensionados e infraocupados. El mío no está sobredimensionado, pero pequeño no es.

Hoy la infraocupación la hemos superado: viaja conmigo mi jefe. Estamos parados ante el semáforo en rojo. El coche de al lado es uno de esos que utilizan en la ciudad los profesionales de las reparaciones. Parecen pequeños pero cabe de todo: herramientas, escalera y material vario. Su conductor, con un corte de pelo apiñado, me mira desafiante.

El semáforo empieza a parpadear. La mirada del pelopiña se torna burlona. Creo que piensa, y no sin cierta razón, que él hace la calle todos los días ysu furgona puede añadir un rasguño más a los que ya tiene. Son esos microsegundos que parecen horas. Aceleramos sin meter la marcha, queriendo decirle al otro que si quiere pelea la va a tener. Mi coche brama con la elegancia de un motor potente; la furgona ruge, no sin cierto escándalo, dispuesta a presentar batalla.

El rojo del semáforo se aproxima al verde y salimos disparados. Sólo nos aventajan varias motos. Mi contrincante sabe conducirse en esa algarabía y le saca partido al bramido de su furgona. Está adelante y veo como me mira a través de su retrovisor. Es una sonrisa burlona colgada de los pinchos de su cabellera. Me parece leer en sus labios: ¡Toma pureta! Mucho coche y poco de lo que hay que tener.

Sí, lo reconozco, no lo puedo evitar. Deseo llegar a ese tramo de la calle en el que el tráfico se despeja. Allí le pondré yo en su sitio. Le dejaré claro cuál es su posición en la calle. Mi jefe parece adivinar mis pensamientos, aunque para ser exactos debería decir mis visceralidades, y me recomienda calma.
Ya, ya, le digo. Pero, vamos, me supera el reto del pelopiña al que he de añadir el pepitogrillismo beatico de mi copiloto. Sé que su intención no es otra que la de evitar un brote de testosterona entre dos conductores de distinta estética pero igual visceralidad.

Reflexiono y me calmo. Mi jefe me dice que el de la furgona irá a una reparación urgente, de ahí sus prisas. Que me ponga en su lugar. Sabías palabras, razón no le falta.

Llega el tramo despejado e intento ponerme en el lugar del reparador apresurado. La cara de mi jefe se relaja. Dejo de acelerar y veo como la furgona me supera. Es una sensación que no me gusta. Lo reconozco, me habría gustado poner al intrépido conductor en su sitio.

Observo como la sonrisa burlona de la furgona se aleja y tengo la sensación de que mi jefe me ha pedido que me ponga en el lugar del otro y en cambio él me ha puesto en mi sitio. ¿O es simplemente una sensación mía? No lo sé. Eso me confunde y me da cierto coraje.

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1 comentario sobre «¿Le pongo en su sitio o me pongo en su lugar?»

  1. Buena historia, Alejandro, cargada de mensajes y variables. Lo que subyace en la historia es que en todo, absolutamente, hay dos visiones como mínimo, la tangible, la que se ve, y la intangible, la que no se ve. Tu jefe intentó bucear un poco por debajo del iceberg y lo vio rápido. Tu (o el protagonista de la historia) te quedaste en la superficie. Si somos capaces de bucear un poco, teniendo claros los propios objetivos, podemos actuar de una manera en la que salgamos vencedores de nuestra propia historia. Tu competición no es la del otro conductor, esa es circunstancial, tu competición no es tu ego o tu orgullo, es lo que deseas en la vida y más concretamente lo que te hace feliz en el día a día que tu conduces. Si dejas que otros conduzcan tu vida, sin influir para conseguir tus propios objetivos, vas a tener un roce cada día, y tu parachoques se va a resentir.

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